Hasta nunqui teta podrida
Quedan 6 días. En menos de una semana ya no tendré teta. Tengo mil pruebas en el hospital: electrocardiograma, consulta con la ginecóloga, con la anestesista y por supuesto PCR. Estoy irascible, insoportable, y encima hace un frío que pela, como si fuera a nevar. Me da pánico pillar el Covid y que me tengan que retrasar la operación. Me planteo llamar a la policía cada vez que veo a alguien sin mascarilla y directamente a los GEOS si veo a alguien fumar.
He llevado tarde al niño al cole y he aparcado el coche en el sitio de minusválidos, es una pequeña licencia que me tomo desde que fui diagnosticada. Al dejarle, la profe me ha preguntado por el avioncito de papel coloreado que teníamos que traer. Mierda. El puto avión. “Ay, qué despiste, me lo he dejado, ahora lo traigo”. Salgo corriendo sabiendo que el niño ya se estará chivando. En un minuto cojo un papel de publicidad de mi coche, hago el avioncito, lo pinto con mi pintalabios para darle color y lo llevo al cole. Misión uno cumplida. Vuelvo a subir al coche. Llego hasta el hospital saltándome todos los semáforos en ámbar. Subo corriendo a la Unidad de mama y al llegar, primer batacazo: la sala de espera está a reventar. Parece que hoy también voy a echar aquí la mañana. Voy a la máquina de vending a ver si desayuno algo. Segundo batacazo: solo hay bollería industrial. ¿Es que en este hospital nadie ha visto a Gloria Serra hablar de que el aceite de palma mata?
Oigo una voz detrás de mí. “¿Raquel Haro? Llevamos un rato llamándote”. Es la auxiliar de enfermería. Ya la había visto otras veces. Me resulta familiar, no sé de qué. Tiene una cojera que le hace tambalearse cuando anda como si fuera un balancín. Entramos juntas en la consulta. Me siento, cojo aire y sin pensarlo demasiado me subo la camiseta dejando mis dos tetas al aire. “Dígame, doctora, cuando me quiten la teta podrida y me pongan la nueva, ¿cómo van a hacer para que queden las dos iguales? Me preocupa mucho la asimetría, ya tengo bastante con tener un ojo más cerrado que el otro, ¿entiende?” La doctora me mira con pena. “Porque… ¿me van a reconstruir en el momento, verdad?”, añado. La doctora niega con la cabeza y me explica que no, que la prótesis haría que la radioterapia no pudiera llegar bien al tejido: “Habrá que esperar como un año para poner el nuevo pecho y dos para poner el pezón”. Escondo mi cabeza entre las rodillas abatida, destrozada, incapaz de aceptar este nuevo varapalo. ¿Por qué me haces esto diosito, por qué ahora? Con la ilusión que me hacía hacer nudismo este verano en Formentera…
Quedan 5 días. Estoy en mi cama. Lloro boca abajo. Viene mi hijo y me pregunta qué me pasa. Sin levantar la cabeza de la almohada le explico que estoy triste porque voy a estar no se cuánto tiempo sin teta, sin pezón, sin autoestima. Y rompo a llorar de nuevo. Me dice que él tampoco tiene tetas y que no está triste por eso. No puedo rebatir un argumento como ese. Y luego me propone jugar al escondite. Se pone tan pesado que termino aceptando. Cuento hasta diez. Se esconde en el armario y me vuelvo a tumbar en mi cama mientras de vez en cuando grito: “¡Te estoy buscandoooo, no te encuentroooo!”. Abro los ojos. Me despierto en medio de la noche muerta de frío. Mierda. Tengo la ropa puesta y al niño en un armario.
Quedan 3 días. Hoy tengo cita con mi psico-oncóloga, bajona total: todavía no me han quitado el pecho pero ya estoy de teti- luto. Me propone hacer un acto de agradecimiento por todos los buenos momentos que me ha dado mi pecho. Me parece buena idea. Así que, convoco a todas mis amigas para hacer "La Comida de Despedida de la Teta Podrida". Me hace bastante ilusión. Olalla hará una queimada y nos pondremos los pendientes con forma de teta que Yaiza ha comprado en Aliexpress. Escribiré en papelitos las cosas que le quiero agradecer a la teta y los quemaremos en el fuego mientras Janis canta una canción con la guitarra. ¿Quién sabe? Lo mismo me vengo super super arriba y hasta me tomo media copita de vino. Qué locura.
Quedan 2 días. Cada vez hace más frío. ¿Cómo hacen los de Nebraska para soportar estas temperaturas? ¿y los de Burgos? Tengo otra vez cita en el hospital. Ayer hablé con una compañera a la que le van a reconstruir en el momento y no entiendo por qué a mí no. Se lo pienso preguntar ahora mismito a la doctora y que me lo aclare, esto no puede ser. Como siempre, la auxiliar coja me invita a pasar . Dos segundos después, la ginecóloga me explica: “Efectivamente, está la reconstrucción inmediata con la propia grasa, pero claro...”. Bajo la cabeza resignada. “¿Qué grasa me van a coger a mí con este tipín de modelo que tengo?”. Me pongo a imaginarme que, además de la donación de sangre, se regula la donación de grasa para que chicas como yo podamos salir con nuestro pechito del quirófano. Ya estoy viendo la campaña en las marquesinas con Andy y Lucas de protagonistas: “Dona grasa, dona vida”. La auxiliar coja suelta una carcajada de dos segundos. Parece como si hubiera leído mi mente y le hubiera gustado mi chiste. Se recompone rápido y coge de un armario una bolsa llena de prótesis de algodón. Las vuelca sobre la mesa. Esta prótesis es la primera que te pones tras la cirugía, se mete en un agujerito que tiene el sujetador post-mastectomía que tendré que comprar en una tienda de ortopedia. Dios, me siento como Irene Villa. La doctora me toca el pecho y luego se pone a rebuscar. Después de unos segundos, le pregunta a la auxiliar: "¿No queda ninguna XXXS?”. Más varapalos: ni me pueden reconstruir en el momento ni tengo una talla media de pecho como pensaba.
Queda un día para la operación. Empieza a nevar. Bueno, no pasa nada, en Madrid nunca cuaja. Asumo que no se va a hacer “La Comida de Despedida de la Teta Podrida”, pero da igual, dentro de un año podremos hacer la “Fiesta de Bienvenida de la Teta Postiza”.
Quedan 12 horas para que me quiten la teta y unos segundos para que me quiten la esperanza. Hay dos metros y medio de nieve en la calle y decenas de influencers subiendo fotos desnudas a las redes. Colegios cerrados, carreteras cortadas, gente atrapada en autopistas… Madrid está colapsado. Yo también. Hay que joderse: ¿Por qué tiene que coincidir este gran acontecimiento histórico con el gran acontecimiento de mi vida personal? ¿Qué soy? ¿Un personaje de Cuéntame? Me acerco al altar de mis ancestros. Cojo la foto de mi abuelo Pepe y le suplico que haga algo para que me puedan operar. Siempre fue mi abuelo preferido. El que colaboraba con mi abuela en las tareas de la casa a escondidas para que no pensáramos que era un hombre blandengue. El que me dejaba pintarle los labios, los ojos y el colorete solo para hacerme feliz. Siempre me llamaba Raquelina. Nadie me ha vuelto a llamar así. Mientras estoy de rodillas en el altar, mi hijo se me acerca por detrás. ¿Para darme un abrazo tranquilizador? No. Para apuntarme con mi Satisfyer mientras me dice: “¿Jugamos a pistolas, mamá?”. Ay, de verdad, es que ya no sé dónde esconderlo. Vamos allá, pequeño.
Esta noche le dejo que duerma conmigo. Se sube encima de mí como cuando era un bebé. Y no le aparto. Los dos orfidales hacen su efecto y mis oraciones también. Cuando me despierto, mi abuelo Pepe ha hecho su milagro: hay un coche de policía 4x4 en la puerta. A mi hijo se le ilumina la cara: ¿Son nino- ninos de verdad? Mi hermana les ha llamado para que me vengan a buscar. Dejamos al niño con los vecinos y nos vamos al hospital en medio de la tempestad. Llegamos a la puerta. Me despido de los policías, que me miran con cara rara. Hay que joderse, el momento más duro de mi vida y por culpa de la puta nevada estoy sola. Absolutamente sola. Mi madre se ha pasado la noche con la pala intentando abrir un camino en medio de la nieve para pasar con el coche, pero apenas ha conseguido quitar unos metros. Me siento la persona más desgraciada del mundo.
Hasta que me veo en el cristal. Me toco la cabeza y me doy cuenta de que no estoy sola: llevo encima el sombrero de mi abuelo Pepe, la camiseta de Superwoman de mi amiga Susi, la muñequera de mi prima Blanca, el turbante de Irene, el anillo de Estela, el colgante de Henar, el escapulario de Alberto… Voy cargada de los amuletos y los regalos que todas mis amigas y familiares me han ido regalando en este tiempo. Me vuelvo a mirar en el cristal. La verdad es que vaya pintas llevo, no me extraña que los policías me miraran raro.
Me acerco a la zona de ingresos. Todo está vacío. Uno de seguridad me indica que tengo que pasar por una puerta que da a un largo pasillo. Abro y ahí está ella, como esperándome, la auxiliar coja. Va maquillada de una manera estrambótica, chapucera. Me lleva a un vestuario para que me ponga la bata de las operaciones. Me deja sola. Me quito los amuletos. Me quito la ropa. Me quito la peluca. Me quito con papel higiénico las cejas pintadas y me quedo desnuda, irreconocible. Miro en el espejo por última vez mis dos tetas naturales. Qué bonitas… con sus pezones y todo. Siempre he tenido alguna queja de ellas: que si deberían ser más grandes, más redonditas… y ahora, en ese instante en el que tengo que despedirme, las veo sencillamente perfectas.
Acaricio `mi pecho y le doy las gracias por todas las cosas bonitas que me ha dado. Recuerdo cuando mi hijo mamaba. Cuando tocaba mi pezón con sus dos deditos como si estuviera sintonizando una radio. Y también me acuerdo de cuando llegaba del trabajo y estaba con su padre viendo la tele. Y yo, para que viniera conmigo, me subía la camiseta y le enseñaba las tetas. Venía corriendo a mí como si fuera Benny Hill y se quedaba acurrucado en mi canalillo. Adiós teta podrida. Teta que dio vida. Teta que si no te arrancan, acabarás haciendo que pierda la mía”. ¿Qué coño estoy haciendo? ¿Poesía? La puerta se abre, es de nuevo la auxiliar: “Nos tenemos que ir”. Se está secando las lágrimas, parece que ha estado espiando la escena y ha vuelto a leerme los pensamientos.
Tenemos ante nosotras un largo pasillo que atravesar. En mi cabeza suena New Error de Moderat. La auxiliar me da la mano y empezamos a caminar con paso lento, muy lento. Obvio, es coja, es la única manera en que puede caminar. A mitad de camino mis pies se paran. Maldita sea. No puedo avanzar. Maldita sea. Estoy temblando. Maldita sea. Me estoy haciendo pis encima. Tengo miedo. Mucho miedo. Miedo a las complicaciones en la cirugía, a que siga habiendo células malignas, a que se reproduzcan, a que lo invadan todo, a que mi niño crezca sin mamá, a que se olvide de mí. “Para, para, para”, me dice la auxiliar coja. Me aprieta más fuerte la mano y me mira con sus labios y sus ojos pintados como por una niña pequeña mientras me dice: “Vamos allá, Raquelina”. La miro desconcertada, solo me llamaba así mi abuelo. Seguimos caminando hasta llegar a mi camilla. Me da un beso en la frente y desaparece con su cojera.
Estoy en el quirófano rodeada de un montón de gente. Hace frío pero el lugar es cálido. Un equipo de unas diez mujeres me dicen que todo va a ir bien, me dan la mano, me relajan. Me preguntan con qué música quiero operarme: Enya o Piratas del Caribe. “Por supuesto la segunda: en nada voy a tener un cuerpo pirata”. Me ponen la vía y mientras la anestesia hace su efecto yo comienzo a hacer promoción de mi blog. Antes de poder terminar de decir la frase "Me falta una teta" ya me he quedado dormida.
Cuando me despierto repito en bucle “Me falta una teta, me falta una teta, me falta una teta…” No paro hasta que oigo una voz cabreada a mi lado: “¡¡Que ya nos hemos enterado, coño!” Es un señor tumbado en la cama de al lado. Estoy en una sala rodeada de gente que también se está despertando de la anestesia. Parece que ya se ha acabado todo. Parece que ya no tengo teta.